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Consolados por la palabra - Jesús venció

El corazón de millones de aficionados de todo el mundo chocó a 216 km por hora contra el muro de la curva Tamburello, en el Gran Premio de San Marino de la Fórmula 1, el 1o de mayo de 1994. Interminables dos minutos y medio después llegaban los paramédicos para atender al tricampeón Ayrton Senna. Las imágenes aéreas no podían expresar la gravedad de las lesiones. Después de algunos momentos críticos de atención en la pista, un helicóptero lo llevó todavía con vida al Hospital Maggiore, a 15 minutos de allí, en Bolonia. Senna fue atendido en coma profundo, con múltiples facturas en el cráneo y una perforación gravísima en el temporal.

Treinta y siete minutos después, la carrera recomenzó, y los autos pasaron 54 veces al lado de la enorme mancha de sangre, en un evento infame que, por varios motivos legales no debería haber continuado. El viernes, Rubens Barrichello voló a 300 km por hora hacia la muerte, pero sobrevivió. Al día siguiente, el piloto austríaco Roland Ratzenberger perdió el control del auto y chocó fatalmente contra un muro. Ese día, Senna interrumpió su participación en los entrenamientos de calificación y demostró gran preocupación por la seguridad de los pilotos. Pero fue en vano. Nada interrumpió la marcha siniestra hacia su día fatal.

A las 13:40 del domingo, horario de Brasilia, el periodista Roberto Cabrini anunciaba en tono pausado y grave la muerte cerebral de Ayrton Senna. En São Paulo, la ciudad natal de Senna, una tarde fría y nublada parecía enmarcar la profunda tristeza y el luto de toda una nación. Senna tenía el cariño de personas de todo el mundo. El pentacampeón y amigo personal del piloto, Juan Manuel Fangio, se descompuso. En Japón, Senna era visto casi como un samurai, y el equipo de narración de la TV japonesa anunció su muerte con llantos.

En Brasil, la noticia causó fuerte conmoción. Las calles quedaron desiertas. El gobierno declaró luto oficial de tres días, y el piloto recibió honores como los de un jefe de Estado. El avión que transportaba su cuerpo recibió una escolta de aviones caza. En el suelo, el cortejo desde el aeropuerto al lugar del velorio estuvo escoltado por más de un millón de personas que inundaron las calles. Se aglomeraban en las veredas, en los edificios y puentes, y hasta se vio gente colgada en los postes de iluminación. Algunas se quedaban paradas lejos, atónitas o con las manos en el rostro y con lágrimas.

El rostro de Senna nunca más se vio después del accidente, que ocurrió cuando tenía 34 años. Quedaron los recuerdos de las victorias épicas, del amor a la patria, de su carisma, del genio en el pilotaje y de los valores espirituales y humanos. Quedó el casco amarillo que crecía en el retrovisor de los pilotos. Ayrton era un lector de la Biblia, solía orar y tenía fe en Dios; lo que dejó una marca en su tumba donde está escrita una frase de Romanos 8:38: “Nada me podrá separar del amor de Dios”.

Una pérdida de esa magnitud nos ayuda a tener una idea de lo que significa un luto colectivo. En otro domingo gris, miles de personas lamentaban en sus casas la muerte de un gran Héroe. Él había reanimado las esperanzas de redención del pueblo. Había realizado curaciones inimaginables y roto la barrera de la muerte al resucitar una persona. Pero entonces, sorpresivamente, murió. En Lucas 24:13 al 27, dos discípulos, uno de ellos llamado Cleofas (v. 18), que iban de Jerusalén a Emaús, conversaban sobre lo ocurrido y lamentaban la muerte de Jesús (v. 21).

Fue entonces cuando un extraño se acercó y comenzó a conversar con ellos. Era Jesús mismo resucitado, pero no lo reconocieron. Cristo comenzó a hablar de las profecías bíblicas sobre el sufrimiento del Mesías y su resurrección. La resurrección definiría en gran parte el testimonio de los primeros cristianos. Pero, debían fundamentar su fe en la Biblia. Hoy reflexionaremos sobre esos dos puntos.

I. No dude del poder de Dios

Cleofas y el otro discípulo habían oído hablar de los relatos de la resurrección de Jesús, pero no creían en ellos. Sabían que las mujeres habían ido al sepulcro y que vieron ángeles (v. 22, 23). Pero dudaron. No podría ser verdad. Por eso ellos no se quedaron en Jerusalén para confirmarlo. Para ellos, todo había terminado.

¿Notó cuántas veces somos incrédulos y tenemos dificultad para creer? Muchos cristianos no creen en cualquier cosa diferente de lo “normal”. ¡Cuántas veces desconfiamos de los relatos maravillosos y no creemos en la actuación de Dios! No creemos que él hace milagros, que él realiza maravillas.

Es cierto que hoy la señal de la iglesia verdadera no son los milagros y maravillas, sino la verdad basada en la Palabra de Dios, pero la iglesia verdadera también tiene milagros que dan testimonio del poder de Dios. Aun así, muchos no creen, no valoran esas cosas y tienen miedo de reconocer la mano de Dios en ciertas situaciones. ¿Notó los milagros de Dios en su vida? ¿Ha visto que el mismo Dios del pasado actúa hoy? (Hebreos 13:8).

II. Jesús anhela consolar a sus hijos

Los dos discípulos estaban tristes, confundidos y frustrados. No era una tristeza común. Era profunda. Alguien que representaba mucho para ellos había muerto. Era un Héroe en quien habían depositado todas sus esperanzas. En ciertos momentos de la vida, la tristeza nos alcanza. Y su tamaño puede medirse en cómo altera nuestras vidas. La muerte de Jesús significaba una pérdida muy grande, pues él no era solo un héroe amado por sus realizaciones, sino por lo que representaba para la esperanza de Israel (v. 21). Ellos creían que Jesús libraría la nación de quienes los dominaban.

Estaban seguros de que Jesús era el Mesías prometido, pero su corazón fue doblemente herido, pues tuvieron: 
(1) Una decepción con los líderes de la nación judía. Fueron los “principales sacerdotes” y las “autoridades” los que habían condenado a Jesús a muerte, a pesar de que él había sido “poderoso en obras y palabras” (v. 19). 
(2) Una decepción con Jesús mismo. Aunque habían expresado que Jesús fue víctima de la condenación de la nación, en cierta forma entendían que Jesús se había sometido a la prisión. Para ellos, Jesús tenía un poder sobrehumano que podría haber usado para librarse de los que lo prendieron. Con su inteligencia fuera de lo común, podría haberse librado del juicio solo con algunas palabras. ¿Pero qué sucedió? Jesús no dijo nada. No se defendió. A los que acompañaron el juicio, les parecía que él desistió de vivir. ¿Era esa una señal de debilidad? ¿Jesús había sido un impostor? ¡No podía ser!

Toda esa situación los frustraba profundamente. La pérdida era demasiado grande para soportar. ¿Se ha sentido usted decepcionado con Dios? ¿Ha orado y buscado tanto una respuesta o una bendición que no vino? ¿Oró tanto por una persona enferma, pero finalmente esta falleció? ¿Ha pasado por situaciones en las que Dios podría haber actuado, pero eligió claramente no hacerlo?

En nuestro caminar cristiano, muchas veces pasamos por situaciones así, cuando Dios parece no responder a nuestras expectativas. Pero generalmente, cuando Dios no responde de la manera que nosotros esperábamos, es porque él tiene algo mucho mejor para darnos (Isaías 55:9). Existen cosas que no entendemos, y por eso necesitamos confiar en Dios.

Jesús ansiaba consolarlos. Él podría haber esperado un poco, algunos días o meses para que reflexionaran. Sin embargo, en el primer día de la semana, Cristo salió para consolar a sus discípulos. Él no soportaba esperar para aliviar sus sufrimientos. Generalmente, pensamos que Dios solo actúa a su tiempo, que siempre es mayor que el nuestro. Sin embargo, aunque Dios tenga su manera de ver el tiempo, muchas veces no duda en ayudarnos. Él responde nuestras lágrimas. La gran cuestión no es si Dios responde, sino si nosotros estamos abiertos para oír su respuesta.

Es curioso pensar que los discípulos de Cristo estaban sufriendo innecesariamente. En varias ocasiones, Jesús había avisado que era necesario que padeciera en las manos de los pecadores, que sería crucificado y resucitaría al tercer día. Hasta los fariseos lo recordaban (Mateo 27:63). Dios nunca deja a su pueblo en la oscuridad. Siempre guía a su pueblo por medio de profecías, para que no seamos sorprendidos ni engañados y para confirmar nuestra fe. “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que rebele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7).

Muchos hoy están confundidos respecto de Dios, de Jesús, del mundo, de la muerte, de la salvación, etc. Muchos preguntan: “¿Cómo podré, [entender] si alguno no me enseñare? (Hechos 8:31). Dios cuenta con nosotros para liberar a las personas que no conocen la Palabra de Dios. Necesitamos manifestar la misma compasión de Jesús por esas personas, como él lo hizo.

¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Romanos 10:14). No podemos guardarnos para nosotros las buenas nuevas de la salvación en Jesús. Muchas personas están prisioneras en la oscuridad del pecado. Necesitamos librarlas con el poder de la verdad. Todo lo que usted oyó aquí y aprendió en la Palabra de Dios deber compartirlo con otras personas.

III. Los que buscan encuentran

Aunque no estaban confundidos, los dos discípulos intentaban entender el plan de Dios. Ellos creían que Jesús era profeta. Tal vez, también creyeron que Jesús sería el Mesías, pero estaban tristes porque lo vieron morir. A pesar de no entender lo que había sucedido, hablaban sobre eso y no abandonaron su fe en Cristo. Entendieron que todo lo que habían vivido con Jesús había sido verdadero. Por eso, conversaban sobre los hechos para ver si encontraban alguna luz.

Aunque estaban temporariamente ciegos, eran hijos de Dios. Dios no rechaza a sus hijos porque no entienden sus planes. El amor de Dios no disminuye a pesar de la corta memoria y de la pequeñez de nuestra fe. Él es como un profesor paciente que se empeña por sus alumnos. Es como un pastor de iglesia que lucha por sus ovejas más débiles y obstinadas.

IV. La Palabra de Dios es la base de nuestra fe

En una situación semejante, Jesús se reveló a María Magdalena (Juan 20:1-16), pero no se reveló en seguida a sus discípulos en el camino a Emaús. Porque él quería afirmarlos en la Palabra de Dios. Primero, porque a pesar de estar tristes, la causa de su tristeza era la frustración de una gran expectativa. Ellos entendían que el Mesías vendría de una forma, pero vino de otra. Eso exigía no solo un mero consuelo, sino un cambio en la comprensión de la Biblia.

Jesús había resucitado, esa era una realidad. Sin embargo, debían evaluarlo con la Palabra de Dios. Jesús enseñó que la iglesia evalúe todo a la luz de la Palabra de Dios. Muchos que hoy hacen milagros en nombre de Cristo serán rechazados por él (Mateo 7:21-23).

Multitudes buscan una experiencia con Dios, queriendo que él se les manifieste personalmente. Buscan ver o sentir a Jesús de alguna forma. Quieren que realice milagros, que haga maravillas y revelaciones. El pueblo de Dios debe saber separar las cosas. La experiencia es importante, pero encima de ella debe estar la Palabra de Dios.

La fe no puede estar basada solo en la experiencia, en lo que vemos, oímos y tocamos. Tomás negaba que Jesús había resucitado y solo creería si lo veía y tocaba. Entonces, Cristo apareció y le dijo: “Por qué me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). La experiencia es importante, pero necesita estar afirmada y confirmada en la Palabra de Dios. La Palabra de Dios está por encima de la experiencia. “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31).

Después de haberse revelado en las Escrituras, Cristo se reveló en la experiencia. Al invitar a Jesús para cenar con ellos, reconocieron a Jesús por la manera como agradeció por los alimentos. Posiblemente hayan visto las señales en las manos. Cristo eligió revelarse a ellos para profundizar su fe. Cristo se preocupa por nuestra necesidad de conocerlo por medio de la experiencia, por eso se revela a nosotros. Sin ninguna duda, el conocimiento de Cristo en las Escrituras nos lleva a una experiencia más profunda con él. “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Lucas 24:32).

Llamado

Vimos que Jesús no está aquí visiblemente, que no podemos verlo con nuestros ojos carnales. Pero podemos contemplarlo con los ojos de la fe. Esta noche, el llamado de Dios es que usted continúe conociendo a Jesús por medio de la Palabra de Dios y tenga una experiencia viva con él. Tome la decisión de estudiar la Biblia para encontrar en ella el rostro de Cristo.

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