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Señor yo voy - Lléname

Juan 4:13, 14

¡Aquella noticia conmocionó el mundo! De acuerdo con los principales medios de comunicación, la supermodelo de origen ruso, Ruslana Kurshunova, había muerto después de caer del octavo piso de su apartamento en la ciudad de Manhattan. Nadie se podía imaginar algo semejante.

Esta joven tenía todo a sus pies: fama, dinero, influencia y un gran futuro por delante.

De inmediato iniciaron las investigaciones. Sus familiares se rehusaban a creer la versión dada por las autoridades. Sin embargo, después de largas investigaciones, se llegó a la conclusión que la modelo se había quitado la vida. Un amigo cercano, al ser interrogado, dijo que en esos días Kurshunova se veía muy angustiada. Lamentablemente, la angustia la llevó a tener un triste final.

Desafortunadamente, al igual que esta joven, muchos otros atraviesan por situaciones de angustia. La Biblia nos presenta la historia de una mujer que estuvo en angustia, pero que encontró en Jesús perdón y propósito para su vida.

DESARROLLO

El evangelio de San Juan nos presenta la historia de una mujer que tuvo un encuentro especial con Jesús. No sabemos su nombre, pero por ser procedente de la ciudad de Samaria se le conoce como “la mujer samaritana”.

Antes de entrar en la historia, es importante entender que la vida de Jesús quedó registrada en los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento, conocidos como los “Evangelios”. La palabra “evangelio” significa “buenas noticias”, por lo tanto, podemos concluir que contienen las buenas noticias de la salvación a través de la persona de Jesucristo.

Como todos ustedes saben, el cuarto evangelio es el Evangelio de San Juan. Puede que usted se pregunté:

¿Quién era Juan? De acuerdo con las Escrituras, Juan era un joven que junto a su padre se había dedicado al oficio de la pesca (Mateo 4:21).

Por naturaleza era impulsivo y de carácter explosivo al punto tal de que era conocido como “el hijo del trueno” (Marcos 3:17), pero un día su vida cambió para siempre.

Quien una vez fuera conocido como “el hijo del trueno” vino a ser el discípulo del amor.

Escribió cinco de los libros del Nuevo Testamento (el Evangelio de Juan, tres cartas y el libro del Apocalipsis). ¡Podemos decir que Juan es un ejemplo vivo del poder de Dios para transformar y usar a los jóvenes en la obra del ministerio!

Y es precisamente Juan quien, en el capítulo cuatro de su evangelio, nos relata la fascinante historia de la mujer samaritana. La historia inicia diciendo que Jesús se dirigía hacia Galilea, pero que antes de llegar a su destino decidió hacer una parada, pues le “era necesario pasar por Samaria” (Juan 4:4).

Creo que la mayoría de ustedes conocen el conflicto que existía entre los judíos y los samaritanos. ¿Por qué este antagonismo? Los samaritanos eran un pueblo parte judío y parte gentil, por lo tanto, los judíos los consideraban como proscritos al punto tal de que los despreciaban. Dada esta situación, los samaritanos decidieron tener su propio sistema religioso que competía con el sistema religioso de los judíos. Entre estos dos pueblos se había levantado una pared racial, religiosa y cultural.

Pero Jesús vino para derribar esa pared divisoria (Efesios 2:14). Por consiguiente, sin importarle los conflictos existentes entre judíos y samaritanos, decidió pasar por la ciudad de Samaria.

De acuerdo con el relato, Jesús, junto con sus seguidores, llegó a Samaria a medio día; y mientras los discípulos fueron a la ciudad para comprar algo para comer, Jesús se sentó a descansar junto al pozo de Sicar, una aldea de Samaria. Es en ese momento, a la hora de mayor calor, que una mujer de la ciudad vino al pozo a sacar agua para el consumo del día.

De inmediato Jesús inicia una conversación, haciéndole un pedido:
—“¿Dame de beber?” (Juan 4:7). La mujer le respondió:
—“¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” (Juan 4:9).

El maestro no entró en discusión, sino que de forma directa le dijo:

—“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice “dame de beber”, tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10).

Es interesante notar que cuando la mujer vio a Jesús lo identificó como un simple forastero. Notemos que ella le dijo:

—“Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?” (Juan 4:11).

¡La samaritana vio en Jesús a un caminante común y corriente!

Pero al continuar conversando con Jesús su perspectiva cambia y comienza a mirarlo como un gran líder. La samaritana le dijo a Jesús:
—“¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” (Juan 4:12).

Jesús buscaba que esta mujer llegara a un conocimiento más profundo de las cosas espirituales. Es por esta razón que le dice:
—“Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:13, 14).


Ante tal oferta, la mujer exclamo:

—“Señor, dame de esa agua, para que no tenga yo sed ni venga aquí a sacarla” (Juan 4:15).

Sin embargo, antes de continuar, el Señor le hace una revelación:

—“Ve, llama a tu marido, y ven acá”.

Respondió la mujer y dijo:

—“No tengo marido”. Jesús le dijo:
—“Bien has dicho: ‘No tengo marido’, porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido. Esto has dicho con verdad” (Juan 4:16-18).

Ante tal revelación la samaritana llega a una conclusión: este hombre es más que un forastero, es más que un líder; este hombre es profeta.
—“Señor ‒exclamo ella‒, me parece que tú eres profeta” (Juan 4:19).

Era un momento que estaba preparado para que Jesús hiciera la mayor de todas las revelaciones. Cuando la mujer se dio cuenta de no estaba delante de un simple mortal, es cuando declara entonces:

—“Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas” (Juan 4:25).

Y es justo en ese momento cuando escucha la voz del maestro decir:
—“Yo soy, el que habla contigo” (Juan 4:26).

¡Amigos, Jesucristo se le reveló a esta pobre y angustiada mujer como el Mesías! Al escuchar tales palabras, de inmediato, nos dice la historia que la mujer: “... dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a los hombres:

—Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?” (Juan 4:28, 29).

La mujer samaritana entendió que Jesús era más que un mortal, más que un gran líder, más que un gran profeta. Ella entendió que Jesús era el Mesías prometido. ¡Y no solo lo entendió, sino que lo aceptó en su corazón!

Amigos y hermanos, esta historia es emocionante y nos enseña abundantes y ricas lecciones. Pero hay varios puntos que me gustaría destacar de la misma. En primer lugar, solo aquellos que reconozcan quién es Jesús podrán experimentar la transformación de sus vidas.

La mujer samaritana tuvo un encuentro personal con Jesucristo, y gracias a ese encuentro su vida fue cambiada. ¡Todo aquel que tiene un encuentro personal con Cristo va a experimentar un cambio! La mujer samaritana estaba angustiada, triste, vacía y sin esperanza. Pero cuando se encontró con el Maestro, el gozo, la alegría y la esperanza llenaron su experiencia. Permíteme decirte que lo mismo acontecerá en tu vida.

Alguien dijo que por donde Jesús pasa, algo pasa.

Lo segundo que me gustaría puntualizar de esta historia es que cuando alguien se encuentra con Jesús no puede permanecer en silencio. ¿Qué hizo la samaritana cuando Jesús se le reveló como el Mesías? Salió a contárselo a otros. Elena de White, en el libro El Deseado de todas las gentes, en la página 166 escribió:

"Tan pronto como halló al Salvador, la mujer samaritana trajo otros a él. Demostró ser una misionera más eficaz que los propios discípulos. Esta mujer representa la obra de una fe práctica en Cristo. Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como un misionero. El que bebe del agua viva llega a ser una fuente de vida. El que recibe llega a ser un dador. La gracia de Cristo en el alma es como un manantial en el desierto, cuyas aguas brotan para refrescar a todos, y da, a quienes están por perecer, avidez de beber el agua de vida."

Cuando tienes un encuentro con Jesús y bebes del agua viva tendrás un vivo deseo de  contarles a otros las grandes maravillas de Dios. El Señor Jesús dijo: “Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva” (Juan 7:37, 38).

Se cuenta que Juan Naponi pescaba salmones en un lugar que se encontraba a unos 45 kilómetros del puente Golden Gate, de San Francisco, California. Temprano en la tarde había llenado su embarcación, por lo que inició el viaje de regreso a su hogar.

A poco más de tres kilómetros de la bahía que se abría detrás del puente, el pescador Naponi vio, alarmado, cientos de cabezas humanas que subían y bajaban con las olas. Alcanzó a ver parte del barco que acababa de hundirse en aguas poco profundas. Se le llenaron los ojos de lágrimas al ver tantas personas que luchaban por mantenerse a flote. “Debo salvar a tanta gente como pueda”, pensó para sí, y se puso a trabajar.

El suyo era el único barco que había en los alrededores. Por todos lados había náufragos que rogaban que los salvara, por lo que Napoli trabajó con tanta rapidez como pudo.

Arrojó al mar los salmones que había pescado –los cuales valían unos tres mil dólares– para hacer lugar a más gente. Al cabo de seis horas de trabajo había rescatado a 54 personas. Como todavía quedaba gente en el agua, el pescador les arrojó una cuerda, de la que se aferraron 16 personas, que él remolcó hasta el puerto.

Cuando la mujer samaritana se encontró con Jesús dijo lo mismo que Juan Napoli: “Debo salvar tanta gente como pueda”.

CONCLUSIÓN

1. Antes de conocer a Jesús, ¿cómo era el carácter de Juan?

¿Qué paso posteriormente en su vida?

2. ¿Qué situación existía entre los judíos y los samaritanos?

3. ¿Por qué crees que a Jesús le era necesario pasar por Samaria?

4. ¿Qué pasa con aquellos que beben del agua de vida?

Amigos, me gustaría concluir diciendo que el día que experimentes un encuentro real con Jesús no podrás permanecer en silencio. También diremos lo mismo: “Debo salvar tanta gente como pueda”. A nuestro alrededor hay miles de personas angustiadas y sin esperanza; ellas necesitan escuchar que Jesús sana y salva. ¡Pero alguien tiene que decírselo! No podemos guardar silencio. Hoy te invito a que bebas del agua de la vida a fin de que llegues a ser un canal de bendición para el mundo. Levántate ahora mismo y di: ¡Señor, dame del agua de la vida! ¡Conviérteme en un río de bendición para aquellos que perecen sin esperanza!

¡Ayúdame a decir que tú eres la esperanza para aquellos que están angustiados!

Te aseguro que el día que bebas del agua de la vida, al igual que la mujer samaritana tú también dirás: “Señor, yo voy”.

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