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La Muerte - La Peste

"Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá." Lucas 11:25.

EL PICO DE LA PANDEMIA

Solo a la larga comprobando el aumento de defunciones, la opinión tuvo conciencia de la verdad. El anuncio que durante la tercera semana la peste había techo 302 fallecidos no llegaba a hablar a la imaginación. Por una parte, y por otra, nadie sabía en la ciudad cuánta era la gente que moría por semana. El aumento semanal era elocuente, pero no lo suficiente para que nuestros conciudadanos dejasen de guardar, en medio de su inquietud, la impresión de que se trataba de un accidente, sin duda enojoso, pero después de todo temporal. ¡Ah, si fuera un temblor de la tierra! Una buena sacudida y no se habla más del caso...Se cuentan los muertos y los vivos y asunto concluido. ¡Mientras que con esta porquería de enfermedad hasta los que no la tienen parecen llevarla en el corazón!

La peste había cambiado algunos términos:

- "Hospital" era sinónimo de "Muerte"
- El pronóstico, ya no usaba saber el tiempo, sino la cantidad de fallecidos.
- Existia Anemia de abrazos
- Nació el Cáncer del olvido
- Había Abundancia de escasez y maximización de lo mínimo vital.
- Hubo una ampliación obligada y hasta patética de cementerios.

Durante los meses de Junio y Julio, ante la llegada del invierno, toda la ciudad vivió doblegada a la peste. Centenares de miles de hombres sucumbieron, durante semanas interminables...Y durante este tiempo no se produjo nada que no fuese ese continuo dar vueltas sin avanzar.

La separación empezaba a ser demasiado larga, y muchos sentían la impotencia de ayudar a los suyos a triunfar de la enfermedad, la gente comenzaba a estar enojada con la muerte; mientras que, quien era internado, tenía que sentirse enteramente solo.

Por un lado había el riesgo de la desintegración de la vida social y que la familia se hiciera añicos; y para otros, quizás, el único medio de hacer que las gentes estén unidas es mandarles la peste. Y si no, mire usted a su alrededor, se abrieron miles de grupos de WhatsApp de amigos de antaño y de familiares que hacía ya mucho tiempo no se veían, ni sabían nada de sí. Fue una forma de monitoreo y desahogo porque cada vez que alguien moría, todos se juntaban en alguna red social para ofrecer sus sentidos sentimientos. El temor, de quedar separado para siempre, hacía que hasta los que no tenían amigos comenzaran a buscarlos. Nadie quería ser condenado por la peste y por ello, todo el mundo evitaba, a toda costa, un exilio definitivo.

Entre los que habían vivido separados de los seres que querían, después de tanto tiempo de reclusión y abatimiento, el viento de la esperanza que se levantaba había encendido una fiebre y una impaciencia que les privaban del dominio de sí mismos. Les entraba una especie de pánico al pensar que podían morir, ya tan cerca del final, sin ver al ser que querían y sin que su largo sufrimiento fuese recompensado. Al igual que el salmista el suspiro generalizado era: "Señor y Dios mío, mírame y respóndeme; ilumina mis ojos. Así no caeré en el suelo de la muerte" (Salmos 13:3)

Se reanudaron las reuniones religiosas. Estos pequeños hechos eran grandes síntomas: La epidemia podía considerarse contenida, la gran guerra invisible se estaba esfumando. Pero por otro lado también existía el silencio de la derrota, parecía que la muerte siempre gana, pues no había una sola familia que no hubiera tenido pérdidas. Muchos se habían desvanecido en ese reino desconocido. La muerte era un tema aterrador y misterioso que se parecía con una bestia hambrienta con la boca abierta y el apetito insaciable recordando una de las descripciones del dios cananeo de la muerte Mot, archienemigo de Baal. Baal encarcelado en el inframundo durante la estación seca o en tiempos de sequía, pero la fertilidad regresaba cuando él era liberado.

La pandemia nos había recordado que la existencia humana está marcada por la finitud, que la muerte es absoluta; nos había enseñado que las únicas certidumbres a qué puede tener acceso el hombre en común eran: el amor, el sufrimiento y el exilio. Sin duda, el problema es complejo y puede que nunca se resuelva. Mientras tanto, sentías como la vida comenzaba a deshilacharse.

"Esta pandemia ha centrado el foco de atención en los ignorados y subvalorados recovecos de nuestra sociedad".
Las palabras son del director de la Organización Mundial de la Salud en Europa, Dr. Hans Kluge, cuando describió la impactante cifra de muertes en los asilos de ancianos en el continente.

Para quienes habían pasado con sus parejas, la pandemia sería un tipo de hibernación pues luego, se daría la llegada de una gran cantidad de bebés, la nueva generación pos pandemia, un símbolo de la esperanza y la renovación.

Dice Víctor Armenteros en su libro palpitando la eternidad: 
"La adivina de Endor empleaba el temor a la muerte como elemento de manipulación. Saúl, que llevaba tiempo en la oscuridad personal, no quería aceptar el fallecimiento del profeta Samuel y, por esa razón, acudió a alguien que realizaba prácticas espiritistas. Es realmente sorprendente que un israelita se comportara de esa forma, ya que tenía un concepto del más allá muy superior al de los pueblos circundantes. Los israelitas tenían la certeza de que la muerte solo era un sueño y que Jehová los redimiría en el futuro. ¿Qué hacía entonces Saúl consultando a una adivina? Se había alejado tanto de Dios que la muerte le parecía mucho más de lo que en realidad es. La muerte no es la nada, simplemente es nada. Es la espera inconsciente, como el dormir, hasta que Cristo vuelva. Y es inconsciente, porque el Señor nos ama y sabe cuánto sufriríamos si esperásemos ese momento viendo lo que él ve cada día.

Pablo, en Tesalonicenses, no tiene reparos en hablar de la muerte porque nosotros no somos como los que no tienen esperanza. No tenemos nada que temer con relación a la muerte porque los cristianos creemos en un horizonte fantástico: la vida eterna. Jesús nos ha prometido con total claridad una Nueva Tierra donde viviremos lo inimaginable. Un destino muy superior a cualquier parque temático, a cualquier mundo virtual creado para un videojuego, a cualquier macroespectá culo musical. La Nueva Tierra superará todas nuestras expectativas y tendremos el maravilloso aliciente de compartirla con Jesús.

Para un cristiano como tú, ¿qué implica la muerte? ¿Por qué es importante ser una persona vital y alegre? Leonardo da Vinci decía algo que te puede ayudar con esas preguntas: "Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte". Una vida con sentido, como la que nos propone Jesús, no siente temor por lo desconocido, porque descubre cada día que él tiene el poder. De igual forma que sostiene el universo, despierta el amor en las personas, sugiere la bondad en nuestras vidas; de igual manera que nos da vida a cada momento, así nos despertará si pasamos al dormir. Será como un parpadeo, y después, la eternidad" 26/12/2023.

"El oxígeno es a los pulmones lo que la esperanza para el sentido de la vida. Si eliminas el oxígeno, hay muerte por asfixia; si quitas la esperanza, la humanidad se constriñe por falta de aliento. Surge la desesperación, que presagia la parálisis de los poderes intelectuales y espirituales por una sensación de insensatez y un sinsentido existencial. Así como el destino del organismo humano depende del suministro de oxígeno, el destino de la humanidad depende de su suministro de esperanza" Emil Brunner, Eternal Hope, 7)

En su momento más álgido, se afinó la perspectiva de la muerte. La peste había hecho muchas más víctimas en los barrios extremos, más poblados y menos confortables, que en el centro de la ciudad. Por estos lares, no hubo un registro fidedigno de los casos; y no fueron pocos los que, por vergüenza y prejuicio, prefirieron no decir de qué habían fallecido sus amados. En muchos lugares, la gente falleció en sus casas tan solo para recibir un laudo con el adjetivo de "sospechoso" o "atípico". La ambulancia que hacía resonar su fuerte timbre anunciaba la pasión de la peste. ¿Cuándo despertaríamos de este sueño interminable? ¿Era la muerte el fin de todo lo que habíamos visto?

Casi todo el comercio fue cerrado. Hubo traslados y mudanzas como nunca antes, porque al no poder pagar sus alquileres debido a que la gente no salía de sus casas en la cuarentena, los negocios decayeron. Los PIB de cada país se desplomaron, comenzaron las revueltas políticas y el desgaste de la credibilidad de innumerables gobiernos en el mundo. Y aunque la democracia no era el remedio para la peste, la gente demandaba que alguien fuese sacrificado por este enorme colapso. La crisis de salud y la crisis económica no podían mas que derivar en la crisis política. Y esto tan sólo aumentaba el peso sobre los hombros del individuo. 

- "Hay quien es todavía más prisionero que yo", era la frase que resumía la única esperanza posible.
La suerte estaba echada y aunque las chances eras pocas había que jugar. Como diría William Shakespeare: "El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos."

Quedó demostrado que la desinfección de las casas, efectuada por las autoridades, era insuficiente para excluir todo peligro de contaminación.
La desesperación condujo a las protestas sociales, pero estas no tuvieron la fuerza esperada, debido al riesgo de los contagios y a la pérdida de muchos que participaron de estas protestas.
Hubo amenazas, heridos y alguna evasión. Muchos al ver qué ni el gobierno podría ampararlos,  sintiendo cerca el deterioro y la demencia, prefirieron acabar con su propia vida. Tal vez, con la ilusión de que mataban la peste. Lástima que la muerte no pudiera escuchar sus diatribas de una hora.

La gente evitaba lo más posible, ser detenida por la policía. Y no fue la idea de la prisión lo que logró detenerlos; sino la certeza que todos tenían de que una pena de prisión equivalía a una pena de muerte, por la excesiva mortalidad que se comprobaba en la cárcel. Sin duda, esa aprensión no carecía de fundamento. Por razones evidentes, la peste se encarnizaba más con todos los que vivían en grupos: soldados, religiosos o presos. Pues, a pesar del aislamiento de ciertos detenidos, una prisión es una comunidad y lo prueba el hecho de que en nuestra cárcel, pagaron su tributo a la enfermedad los guardias tanto como los presos. Desde el punto de vista superior de la peste, todo el mundo, desde el director hasta el último detenido, estaba condenado y, acaso por primera vez, reinaba en la cárcel una justicia absoluta.

Como estaba decretada la cuarentena rígida, y, en cierto modo, se podía considerar movilizados a los policías, les dieron un ascenso como homenaje póstumo. Sin embargo, fue en vano que las autoridades intentasen introducir las condecoraciones a los guardianes muertos en el ejercicio de sus funciones.

Por otra parte, en cuanto a pretender tornarlos los héroes de la pandemia, tenía el inconveniente de no producir el efecto moral que se había pensado, puesto que en tiempo de pandemia era trivial obtener una condecoración de ese género después de morir. Por lo menos, algo de consuelo para evitar el descontento.

En el pico de la pandemia todos decidieron unirse como voluntarios para ayudar, pero esto provocó nuevos contagios. Así, la enfermedad, que aparentemente había forzado a los habitantes a una solidaridad de sitiados, rompía al mismo tiempo todas las asociaciones, devolviendo a los individuos a su soledad. Esto era desconcertante.

Muchos murieron porque no había atención para otras enfermedades, pero es dudoso que eso hiciera impresión a los otros, pues, en medio de tantos muertos, esas muertes pasaron inadvertidas: eran una gota de agua en el mar. Y a decir verdad, escenas semejantes se repitieron con harta frecuencia sin que las autoridades hiciesen nada por intervenir. La única medida que pareció impresionar a todos los habitantes fue la prohibición de salir por la noche. A partir de las cinco de la tarde, la ciudad, hundida en la oscuridad más completa, era de piedra.

A estas alturas, si algo de bueno quedaba en el corazón humano, notoriamente era por obrar divino. Sin duda, "Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad." Lamentaciones 3:22, 23

LA POSIBILIDAD QUE HABITA ENTRE TODAS MIS POSIBILIDADES

"Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron". Romanos 5:12.

El virus se expandió. Habíamos llegado a la fase de mitigación, donde ya no era necesario el contacto con una persona. Bastaba simplemente, tocar alguna cosa donde el virus se hubiere posado para ser contaminado. Así también, cuando en el pecado entró pasó a todas las cosas y vimos la posibilidad de la muerte en todas las cosas. La muerte pasó a ser nuestra posibilidad entre todas las posibilidades. La muerte lo había llenado todo; nos acechaba por todas partes y era implacable cuando entraba a una casa, haciendo que por veces el lema "Quédate en casa", se convirtiese en "Perece en casa". 
Descubrimos la convicción de que, la sociedad en que vivíamos, reposaba sobre la pena de muerte y que combatiendo la muerte, combatía el crimen. Una noble aspiración: No matar y no morir. Pero, incluso los que eran mejores que otros no podían abstenerse de matar o dejar de matar, porque está dentro de la lógica que viven, y en este mundo no podemos hacer un movimiento sin exponernos a la muerte. Todos vivimos en la Peste y habíamos perdido la paz.

El pánico de ser contagiado, o despertar al día siguiente con algún síntoma fulminó el sueño, la esperanza y salud mental, que hacía que muchos se sintiesen enfermos aunque no lo estuvieran. Pensar en la muerte se había vuelto inevitable, porque incluso cuidándome en todo momento, en algún momento de la vida, moriré. Nos encontramos entonces con la más grande paradoja: Nacer para vivir muriendo. Entonces si vamos a morir ¿Cuál es el sentido de vivir?

Así, al tener que encarar de frente la realidad de la muerte, comenzamos a cuestionar la vida en todos sus sentidos. Parece ser que un cierto tipo de espiritualidad corrió entre toda la gente durante la pandemia. Aunque sería de esperar las protestas contra Dios, no se oían más sarcasmos ateos sobre su Persona. Al contrario, todos los días se publicaban y compartían mensajes pidiendo oraciones y clamando por la protección divina. Pero el aire de la lucha espiritual se iba apagando a medida que el tiempo de la pandemia se iba prolongando.

Delante de tantas cuestiones acerca del sentido de la vida, es necesario volver a los orígenes para poder comprender cuál era el plan original y que distorsiones ocurrieron.

En Génesis 3 aparecen las 3 promesas de Satanás en el jardín del Edén a nuestros primeros padres que decidieron indagar en  terreno peligroso en algo que no era adecuado a su curiosidad ni de su incumbencia:
- Seréis como Dios
- Ustedes determinarán lo que está bien y lo que está mal
- No morirán.

El hombre y la mujer ansiaban sabiduría, pero solo obtuvieron vergüenza, culpa y miedo. Nuestros primeros padres anhelaban ser dioses, pero solo causaron que la imagen de Dios - que ya poseían- resultara trágicamente dañada. Habían usado su libertad, parte de esa imagen, y la habían transformado en desobediencia y esclavitud al miedo y la muerte. Habían pecado. El pecado conduce al desorden y al caos en todos los aspectos de la vida. Y la muerte es el desorden supremo.
Creyendo en estás falsas promesas, nuestros primeros padres, habían dado un paso hacia el despeñadero.

Pero, luego de haber comido el fruto prohibido, Eva dio a luz a Caín y tenía la esperanza de que este niño fuera su salvación. Sin embargo, fue una desilusión tan grande al ver que niño crecía caprichoso, malcriado e iracundo. Cada padre sabe el pesar de cómo es lidiar con un hijo ingobernable. Así, cuando su segundo hijo nació le puso por nombre Abel que significa NADA. Nuestros primeros padres se dieron cuenta de que, haciendo caso al enemigo ¿Qué habían ganado? NADA. 
Y en el transcurso de la historia vieron que el hijo mayor mató al menor; y en un solo día, esta pareja, perdió a sus dos hijos. 
Creyendo al diablo y sus falsas promesas ¿Qué habían ganado? NADA. Apenas vivir bajo la sombra de la muerte. Porque el diablo te ofrece placer, pero te paga con dolor; te ofrece alegría, pero te paga con tristeza; te ofrece la vida, pero te paga con la muerte.

"Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro". Romanos 6:23.
Pero a diferencia de  los seres humanos caídos, la muerte no pudo retener a Jesús en su tumba (Hechos 2:24). Por su muerte y resurrección victoriosa, Cristo adquirió el derecho a ser "Señor de los vivos y de los muertos" (Romanos 14:9). Porque experimentó la misma muerte, hoy tiene "las llaves de la muerte y de la tumba" (Apocalipsis 1:18)
Es justamente ese terror a la nada por el cual muchos no encuentran el sentido de la vida, porque temen llegar al final de sus vidas y descubrir que todo fue en vano, que nada consiguieron, que nada valió la pena. Que la vida no es más que un soplo, que todo es vanidad. Y procuran llenar ese vacío con un sin fin de cosas. Por eso, el ser humano consume, pero no está satisfecho, logra, pero no está contento, inventa, pero no se le va la desilusión; consigue, mas no se libra de la frustración; vive, pero se siente apenas un cadáver.

Y por ser ese el mayor dilema de nuestra existencia: El intentar resolver algo que está fuera de toda posibilidad humana, pretender resolver algo que el ser humano no puede solucionar; entonces, resignados, fingimos y procuramos disimular que todo está bien. En vista de que la verdad no me deja vivir, prefiero vivir con la mentira. La muerte no la recuerdo, y si no me acuerdo, no pasó.

Vivimos desde entonces, en la sociedad de los vivos que teme constantemente tener que dejar paso a la sociedad de los muertos. Teme darse cuenta que la vida no valía nada, que nadie sentirá su falta, que la vida se tornó descartable. Esta era la evidencia. Claro que, durante la pandemia y en tiempos normales, podía uno esforzarse en no verla. Podía uno taparse los ojos y negarla diciendo: "Qué pena, pereció uno más", pero la evidencia tiene una fuerza terrible que acaba siempre por arrastrarlo todo. Pero ella, siempre presente nos recuerda: "Aunque lo niegues y tu orgullo no te deje ver, tu historia acaba conmigo".

En la marcha frenética de la muerte, nos daba miedo que nuestro tiempo se hubiese acabado, que nuestra vida había sido fugaz y efímera, que nadie podría ganarle al tiempo, y que habíamos sido presa de una violenta velocidad que puso el punto final a esta breve y corta vida. 

Así, lo que caracterizaba al principio nuestras ceremonias ¡era la rapidez! Todas las formalidades se habían simplificado y en general las pompas fúnebres se habían suprimido. Los enfermos morían separados de sus familias y estaban prohibidos los rituales velatorios; los que morían por la tarde eran enterrados apenas amanecía, y los que morían por la mañana eran enterrados sin pérdida de tiempo. Se avisaba a la familia, por supuesto, pero, en la mayoría de los casos, ésta no podía desplazarse porque estaba en cuarentena, si había tenido con ella al enfermo. En el caso de que la familia no hubiera estado antes con el muerto, se presentaba a la hora indicada, que era la de la partida para el cementerio, después de haber lavado el cuerpo y haberlo puesto en el féretro sellado.

A pesar de ese éxito de la administración, el carácter desagradable que revestían las formalidades obligó a la prefectura a alejar a las familias de las ceremonias. Se toleraba únicamente que fueran a la puerta del cementerio y aun esto no era oficial. Pues en lo que concierne a la última ceremonia, las cosas habían cambiado un poco. Al fondo del cementerio, solo se veía una gruesa capa de cal viva que humeaba y hervía. 

EL ENCUENTRO CON  LA MUERTE

Lo que sucedía con la muerte, durante la pandemia, me recuerda de una vieja historia en Teherán. Estaba u persa rico y poderoso paseando cierta vez por el parque de su casa, en compañía de su criado. este se puso a lamentar que acababa de ver a la muerte amenazando con llevárselo. El criado imploró a su amo que le diese el caballo más rápido para ponerse inmediatamente en camino y huir a Teherán, donde él quería llegar aquella misma noche. Su amo le dio el caballo y el criado partió a galope. De camino a casa, el propio amo se deparó con la muerte y pasó a interrogarla:
- ¿Por qué asustaste a mi criado de esta forma, por qué lo amenazaste?- Respondiéndole la muerte dijo:
- Mira ¡yo no lo amenacé! Apenas me admiré, sorprendido por el hecho de verlo aquí, pues debo encontrarme con él esta noche en Teherán!"

Durante la pandemia hubo entierros durante todo este tiempo y las autoridades en cierto modo, se vieron obligadas, como se vieron todos nuestros conciudadanos, a ocuparse de los entierros. Al darse la mortandad en algunas ciudades importantes, la cual se tornó un escándalo de escala global; muchos gobiernos se dieron cuenta que, más importante que tener buenos hospitales, era tener buenos cementerios y un buen sistema mortuorio para enterrar a tanta gente, era mejor que un buen sistema hospitalario. Así, mientras más rápido nos deshiciéramos de los muertos, menor sería el dolor colectivo. El parecer era: Si la muerte era inevitable, esta no tenía porque ser "tan mala".

Sin duda, la estrategia de la sociedad moderna y pos moderna de esconder la enfermedad y la muerte, llevándola a algún rincón donde casi nadie se de cuenta, o hacerla tan obvia que nadie se sobresalte por popularizar su presencia entre nosotros; es una capacidad de edición impecable que hace de la tragedia, comedia; de la infamia, decencia y del colapso, gloria.

Muchas ciudades comenzaron a usar containers por la gran cantidad de cuerpos. Había ambientes llenos de féretros. La familia encontraba solo un féretro ya cerrado o en muchos casos un cuerpo apenas embolsado. En seguida se pasaba a lo más importante, es decir, se hacía firmar ciertos papeles a la cabeza de familia. Se cargaba inmediatamente el cuerpo en un automóvil.
Los parientes subían en uno de los taxis todavía autorizados y a toda velocidad los coches volaban al cementerio por calles poco céntricas. Los servicios fúnebres habían sido suprimidos en la iglesia. Luego de la muerte de un sin fin de sacerdotes, los velorios eran tan solo digitales. Se sacaba el féretro entre rezos, se le ponían las cuerdas, y una retroexcavadora se encargaba de colocarlo en una fosa cavada para inmediatamente echar tierra sobre él. La familia se amontonaba en el taxi. Un cuarto de hora después estaban en su casa. Así, todo pasaba con el máximo de rapidez y el mínimo de peligro.

Absorbidas por la necesidad de hacer colas, de efectuar gestiones y llenar formalidades, si querían comer, las gentes ya no tuvieron tiempo de pensar en la forma en que morían los otros a su alrededor ni en la que morirían ellos un día. Así, esas dificultades materiales que parecían un mal se convirtieron en una ventaja. Y todo hubiera ido bien si la epidemia no se hubiera extendido como ya hemos visto.
Llegó a suceder que los féretros fueron escasos, faltó tela para las mortajas y lugar en el cementerio. Hubo que reflexionar. Lo más simple, siempre por razones de eficacia, fue multiplicar los viajes entre el hospital y el cementerio. Si en las pestes antiguas las crónicas describían carretas de muertos conducidas por negros, y luego a esto se agregaron las fichas, hoy le habíamos agregado los formularios digitales, el progreso es incontestable.

Una periodista reportaba:
"No pasó mucho tiempo y llegó el vehículo con el cuerpo. La fosa ya estaba lista. El cadáver estaba en una bolsa negra y lo arrojaron al fondo. Lo cubrieron con cal y luego tierra. El procedimiento no duró más de 15 minutos. No podía cerrar la boca de admiración. ¿En eso nos convertimos, en un desperdicio? No quiero herir la memoria de nadie, pero parecía que estaban arrojando una bolsa de basura. Me sentí una bolsa de basura en ese instante. No culpo a ningún trabajador, quizá hubiera hecho lo mismo; deshacerme del objeto de riesgo lo más rápido posible. El Coronavirus nos recordó lo vulnerables que somos. Ahora, yo me pregunto ¿Qué somos ante la muerte?"

A causa de la desobediencia, el Pentateuco, mencionaba un punto acerca de la muerte: "Y tus cadáveres servirán de comida a goda ave del cielo y fiera de la tierra, y no habrá quien las espante" Deuteronomio 28:26 "Los judíos se preocupaban sobremanera porque sus muertos fueran enterrados. El dejar sin enterrar a una persona era el mayor de los castigos" 1CBA, 1066. 
Sin duda, por lo menos al principio, es evidente que el sentimiento natural de las familias quedaba lastimado. Pero, en tiempo de pandemia, esas son consideraciones que no es posible tener en cuenta: se había sacrificado todo a la eficacia. Por lo demás, si la moral de la población había sufrido al principio por estas prácticas, pues el deseo de ser enterrado decentemente está más extendido de lo que se cree; poco después, ya era "entendible" que hubiese alguna pérdida en cada familia.


Para todas estas operaciones hacía falta personal y siempre se estaba a punto de carecer de él.
Muchos de los enfermeros y de los enterradores, al principio oficiales y después improvisados, murieron de la peste. Por muchas precauciones que se tomasen, el contagio llegaba un día. Pero, bien mirado, lo más asombroso es que no faltaron nunca hombres para esta faena durante todo el tiempo de la pandemia. El período crítico se sintió un poco antes que la peste hubiera alcanzado su momento culminante.

Llegamos a darnos cuenta que, sin importar cuantas propagandas con tono condescendiente salgan por televisión, los muertos estaban ahí. 
Vivimos, luchamos, sufrimos (como todos)... y luego, ¿qué? Morimos, y terminamos igual que los cadáveres de animales (Eclesiastés 3:19) que quedan a la vera del camino. ¿Qué tiene eso de bueno?
Si algo hemos aprendido del coronavirus es que, de un día para otro, no somos nada.

Quizás la tecnología y el progreso humano habían logrado maquillar esta realidad que hace siglos el salmista ya había declarado en Salmos 62:9:

"Los hombres de baja condición sólo son vanidad, y los de alto rango son mentira; en la balanza suben, todos juntos pesan menos que un soplo."

PÉRDIDA O GANANCIA

"Estimada es en los ojos de Jehová la muerte de sus santos.” Salmos 116:15.

Resistida al inicio, tolerada en el camino, se tornó obligatoria finalmente. Los habitantes de los barrios circundantes, al inicio, se resistieron y amenazaban impidiendo el entierro de los infectados; persuadidos de que no habría contagio; pero, comenzando a tener fallecidos dentro de sus círculos familiares, terminaron por aceptar este destino. Les permitieron descansar en el cementerio que originalmente significaba "un lugar para dormir".

Sin embargo, cuando hubo mortandad, el miedo fue absorbido por la miseria. La ambición por ganancia corroía todo el sistema fúnebre. Del pánico se pasó a la violencia. Por todas partes se podía ver un odio legítimo acompañado de una esperanza vacía.

Mucha gente no pudo encontrar a su fallecido y meses después continuaban su búsqueda. Por otro lado, otros recibieron de nuevo a sus muertos. Habiendo llorado por la pérdida y habiendo aceptado la ausencia de su ser querido; de repente, un mes después recibían una llamada telefónica:

- Señores, ¿Qué esperan para venir a ver a su pariente que está recibiendo su alta hoy en el hospital?
- Pero si nosotros ya recibimos sus cenizas y lo enterramos.
Horas después se apersonaban al hospital y ¡Sorpresa! Estaba allí, completo, el padre que nunca había muerto.

El lloro se había transformado en alegría, la tristeza en esperanza y la pérdida en ganancia. El muerto, de cierta manera, había vuelto a la vida.

En su mayor y real expresión, hace dos mil años, derrotado por la muerte había de resurgir al tercer día el emperador de la vida, quien tenía las llaves de la muerte, aquel a quien el sepulcro no pudo contener. Y con él, el poder para dar vida a todos aquellos que quieran recibirla:

"Pues, si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres; de la misma manera, por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro." Romanos 5:17-21.

"Para el creyente, la muerte es asunto trivial. Cristo habla de ella como si fuera de poca importancia. “El que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre”, “no gustará muerte para siempre”, Para el cristiano, la muerte es tan solo un sueño, un momento de silencio y tinieblas. La vida está oculta con Cristo en Dios y “cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Juan 8:51, 52; Colosenses 3:4... El mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos resucitará a su iglesia y la glorificará con él, por encima de todos los principados y potestades, por encima de todo nombre que se nombra, no solamente en este mundo, sino también en el mundo venidero (DTG, 731).

No hay vida eterna sin una relación salvífica con Cristo. Por ende, la esperanza del Nuevo Testamento es una esperanza Cristo céntrica, y la única esperanza de que esta existencia mortal algún día llegue a ser inmortal.
Para Pablo incluso, si llegáramos a morir, la muerte no podrá separarnos de Cristo (Romanos 8:38, 39) el afirma en Filipenses 1:21: "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia".
El Nuevo Testamento usa la muerte como símbolo del pecado y sus efectos. Usted puede estar "muerto en pecado" (Efesios 2:1; Colosenses 2:13; Apocalipsis 3:1) o ser prisionero del poder del pecado (Romanos 7:24). Pero la conversión a Cristo, la liberación de la esclavitud del pecado, se convierte en un nuevo nacimiento. (Romanos 6:5-11; Gálatas 2:20). Aquellos que están en Cristo tienen la promesa del don de la inmortalidad.
Así, el foco deja de estar en la muerte para concentrarse en la resurrección, en el poder de Cristo para vencer la muerte; y también en la necesidad del creyente de ser fiel a Cristo.

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1. Idea Central: Enseñar que la vida sin Cristo no tiene sentido, se vuelve monótona, cansada; y que con Cristo, la fuente de agua viva, hay frescura de alma, tranquilidad de espíritu, seguridad y confianza, y un deseo inmediato de testificación. 2. Propósito: Llegar al corazón de las personas y demostrarles que con Cristo y en Cristo las cosas son diferentes, y que no importa quién seas, puedes y tienes derecho a ser feliz y testificar. 3. Texto: San Juan 4:7-30.  Dios puede hacer muchas cosas, pero a veces no logramos entender y sólo lo resumimos en una palabra: “Milagro”. Y milagro es lo que realmente sucedió en el corazón de una mujer de quien vamos a hablar esta mañana. 4. Proposición: Lograr que las personas se acerquen a Cristo y su palabra. Sólo el encuentro con Cristo puede cambiar la dinámica de la vida de una persona moviéndolo a testificar. INTRODUCCIÓN 1. En la vida de cada ser humano existen algunas cosas en común. Vivimos en tiempo

El llamado a levantarse y resplandecer

By Raquel Arrais El texto bíblico de esta mañana está en Isaías 60:1 “¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti!” (RVR1995). Isaías nos anima a levantarnos y brillar porque ha llegado su “luz”. Elena de White define ese llamado al usar la imagen de “levantarse y resplandecer” en un mensaje poderoso. “Si alguna vez hubo un tiempo en la historia de los adventistas cuando deberían levantarse y brillar, ese tiempo es ahora. A ninguna voz se le debiera impedir proclamar el mensaje del tercer ángel. Que nadie, por temor de perder prestigio en el mundo, oscurezca un solo rayo de luz que proviene de la Fuente de toda luz. Se requiere valor moral para hacer la obra de Dios en estos días, pero que nadie sea conducido por el espíritu de la sabiduría humana. La verdad debiera ser todo para nosotros. Que los que quieren hacerse de renombre en el mundo se vayan con el mundo”.1 Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz, dice el profeta Isaías. La

Las 5 excusas de Moisés

By Bonita J. Shields Desde mi percepción infantil, la iglesia de mi ciudad natal era enorme! Recuerdo la larguísima escalera que llevaba hasta el subsuelo donde funcionaba mi escuela sabática. La sala de reuniones era tremenda porque hasta podíamos jugar fútbol de salón en ella. ¿Y el campo de juegos? Era lo máximo en que podía pensar. Hasta que ya en mis años adolescentes advertí, súbitamente, que mi iglesia no era tan grande después de todo. Si bien comprendí al mismo tiempo que no por ello era la más pequeña tampoco, no me quedaron dudas de que definitivamente aquella no era la enorme, la colosal estructura que impresionó mi niñez. La vida de fe de Moisés no comenzó en Hebreos 11, el capítulo de los famosos héroes de la fe. Comenzó junto a una zarza ardiendo, durante una conversación con Dios. Moisés no le contestó con entusiasmo: “Sí Señor, sea hecha tu voluntad”. Fue más bien: “Señor... ¿No podrías enviar a algún otro?” Lo que recordamos de los relato