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Vencedor en la Guerra y Derrotado en su Salud - Bendiciones sin límites


INTRODUCCIÓN

Naamán era un gran hombre de Siria. Era general del ejército. Sabía pelear, sabía organizar, mandar tropas, y usar estrategia. Era “valeroso en extremo”. 

Tenía inteligencia, grado militar, fuerza, sabiduría, experiencia, éxito, riquezas, respeto, fama y gloria entre los hombres. 

A su palabra miles de hombres se lanzaban a la batalla. Sin embargo, aunque podía hacer prodigios en batalla, tenía un problema en su propia vida que no podía solucionar. Era leproso.

Naamán podía organizar y mandar a sus soldados y le obedecían en seguida, pero la lepra no le hacía caso. 

Podía presentar peticiones delante del rey y le eran concedidas, pero la lepra no le escuchaba. 

Podía sacar la espada ante un enemigo y vencerlo, pero no podía vencer la lepra. 

La lepra vivía en él, y al final lo iba a humillar, vencer y matar.

La lepra en aquel entonces era algo incurable y fatal. No había forma de curarla. A sus víctimas les infectaba la piel. 

Al principio sólo se veía un poquito, y podía ser ocultada en algunos casos, pero no podía ser curada. Como Naamán en batalla, la lepra vencía, pero no era vencida, y no tenía misericordia de sus enemigos. ¡Qué frustración, seguramente, producía la lepra en el alma del gran general sirio! 

Tenía todo en esta vida, menos la salud, y no había remedio.

I. A LAS ENFERMEDADES NO LES IMPORTA EL ESTATUS SOCIAL

“Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre que gozaba de un gran prestigio delante de su señor, quien lo tenía en alta estima, pues por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso” 1Reyes 5:1.

1. General del ejército del rey de Siria. Naamán era un hombre importante en Siria, tanto para el país como para el rey. Había alcanzado el grado más alto de la milicia, el de general, su jerarquía estaba por encima de los oficiales superiores (teniente coronel) y solamente tenía un importante sino también social.

2. Gozaba de un gran prestigio delante de su señor. Gozaba de fama y honor a causa de sus victorias a favor de Siria por lo que el rey lo tenía en alta estima. Era un hombre lleno de éxitos y condecoraciones por sus logros obtenidos. Las Escrituras dicen que “por medio de él había dado Jehová salvación a Siria”.

3. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. Naamán era un hombre muy valiente, un fuerte guerrero. Sin embargo, toda la hermosa descripción que hace el versículo 1, se ve perjudicada por un detestable “pero”; era leproso.

Es que para la enfermedad no hay valientes ni miedosos, encumbrados o humildes, ricos o pobres, con estatus social o sin estatus; todos somos vulnerables a las enfermedades desde que entró el pecado a este mundo.

II. DIOS OBRA DE LA MANERA EN QUE MENOS ESPERAMOS

1. Un consejo inesperado.

“De Siria habían salido bandas armadas que se llevaron cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual se quedó al servicio de Naamán.  Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” 2 Reyes 5:2,3.

La misericordia de Dios con Naamán para su curación comienza con el testimonio de la muchacha israelita. De manera providencial ella había ido a parar a la casa de Naamán como sierva.

Naamán tenía lepra, y aunque los sirios no exigían que los leprosos se mantuvieran aislados, como requería la ley de Jehová en Israel, sin duda sería una noticia muy agradable saber que podía curarse de esa repugnante enfermedad. Esta noticia llegó a través de la muchacha israelita que era esclava de su esposa.

“Mientras servía en aquel lugar pagano, sintió lástima de su amo; y recordando los admirables milagros de curación realizados por intermedio de Eliseo, dijo a su señora: “Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra”. Sabía que el poder del Cielo acompañaba a Eliseo, y creía que Naamán podría ser curado por dicho poder”. PR, 184.

Es admirable la fe con la que habló esta niña a la esposa de Naamán. No le dijo que el profeta “podría” sanarlo o que “quizás” lo sanaría; habló con seguridad: 

“él lo sanaría de su lepra”. Seguramente esta convicción era el reflejo de la educación que había recibido de sus padres en su hogar.

Fue tanta la convicción con la que habló esta niña, que la señora le creyó y se lo comunicó a Naamán, quien también creyó y se lo relató al rey, y el rey lo aceptó y envió a Naamán al rey de Israel con cartas para que lo atendiera.

2. Receta para su curación

Cuando Naamán se presentó ante el rey de Israel con una carta que decía: “Cuando recibas esta carta, sabrás por ella que yo te envío a mi siervo Naamán para que lo sanes de su lepra”, el rey rasgó sus vestidos y dijo: “¿Soy yo Dios que mate y dé vida, para que este envíe a mi a que sane a un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved como busca ocasión contra mi”.

El profeta Eliseo supo del asunto y envió un aviso al rey: “Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mi y sabrá que hay profeta en Israel”

Naamán fue con sus caballos y su carro y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Todo indicaba que Naamán había ido antes a la persona equivocada y ahora estaba a las puertas de quien realmente podría ayudarlo a sanar de su lepra.

Para su sorpresa, el profeta no salió a recibirlo y tan sólo le envió con un mensajero la receta para su curación: “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se restaurará y serás limpio.” 

Esta era una receta muy extraña pero muy fácil de cumplir; no implicaba la compra de medicamentos costosos ni de tratamientos prolongados; su sanidad se realizaría en el mismo momento en que estuviera dispuesto a obedecer.

Al igual que con Naamán, muchas veces Dios obra en nuestro favor de la manera en que menos esperamos. 

Como pueblo de Dios, tenemos a nuestro alcance métodos tan sencillos para preservar nuestra salud como son los ocho remedios naturales: alimentación sana, ingestión regular de agua, respirar aire puro, exposición a la luz solar, práctica de ejercicio físico, hacer reposo, ejercer la temperancia y tener confianza en Dios.

Naamán esperaba que Dios obrara de otra manera, esperaba ver una maravillosa manifestación del poder del cielo. Dijo: “He aquí yo decía para mi: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano, y tocará el lugar, y sanará su lepra”. 

Pero Dios, muchas veces, obra de la manera en que menos esperamos, y aunque no coincida con lo que nosotros esperamos, debemos estar dispuestos a obedecer, sabiendo que es para nuestro bien.

III. A PESAR DE NUESTRA INCREDULIDAD, DIOS NOS AYUDA A CREER

Luego Naamán se fue enojado diciendo: ... Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavo en ellos, ¿no quedaré limpio también? Y muy enojado se fue de allí. Pero sus criados se le acercaron y le dijeron: padre mío, si el profeta te mandara a hacer algo difícil, ¿no lo harías? ¿Cuánto más si sólo te ha dicho: Lávate y serás limpio?

2 Reyes 5: 9-13

La respuesta a las preguntas de Naamán sería un rotundo NO. No era el río ni el tipo de agua lo que sanaría al incrédulo Naamán sino el poder de Dios obrando a través de una obediencia por fe.

“El espíritu orgulloso de Naamán se rebelaba contra la idea de hacer lo ordenado por Eliseo. Los ríos mencionados por el capitán sirio tenían en sus orillas hermosos vergeles, y mucha gente acudía a las orillas de esas corrientes agradables para adorar a sus ídolos. No habría representado para el alma de Naamán una gran humillación descender a uno de esos ríos; pero podía hallar sanidad tan sólo si seguía las indicaciones específicas del profeta. Únicamente la obediencia voluntaria podía darle los resultados deseados” PR, 186

Antes de ser sanado de su lepra, Naamán necesitaba ser sanado de su orgullo.

Misericordiosamente, Dios utilizó a los fieles subordinados de Naamán para hacerlo razonar, ayudarlo a creer y a obedecer las indicaciones de Eliseo. Ellos utilizaron un razonamiento lógico y acertado: si Eliseo le hubiera pedido que sacrificara doscientos becerros, o que se fuera caminando desde Samaria hasta Damasco, seguramente Naamán lo hubiera hecho, pero no le estaba pidiendo algo difícil como eso. Por eso, lo persuadieron que hiciera algo tan fácil que se le estaba indicando, como sumergirse siete veces en el Jordán. Afortunadamente, los criados convencieron a su amo y él obedeció.

Dios utiliza diferentes medios y personas para ayudarnos a creer y vencer nuestra incredulidad.

IV. LAS BENDICIONES DE AGRADECEN, NO SE PAGAN

"Descendió entonces Naamán y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios, y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio. Luego volvió con todos sus acompañantes adonde estaba el hombre de Dios, se presentó delante de él y le dijo: Ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas un presente de tu siervo. Pero él dijo: ¡Vive Jehová, en cuya presencia estoy!, que no lo aceptaré. Y aunque lo instaba a que aceptara alguna cosa, Eliseo no quiso. 2 Reyes 5:14-16.

El hecho de que el milagro se realizara sin la presencia del profeta allí, le dio todo el crédito a Dios. 

Era evidente que la sanidad había venido de Dios. Al ver el milagro ocurrido en su cuerpo, rebosante de gratitud y con humilde reconocimiento, el jefe del ejército regresó a Eliseo y le ofreció un regalo muy generoso, que el profeta rechazó insistentemente.

“De acuerdo con la costumbre de aquellos tiempos, Naamán pidió entonces a Eliseo que aceptase un regalo costoso. Pero el profeta rehusó. No le tocaba a él recibir pago por una bendición que Dios había concedido misericordiosamente.” PR, 187

En términos humanos, nosotros estamos “endeudados” con Dios por todas las bendiciones que recibimos de Él y todo lo que poseemos no bastaría para pagarle sus beneficios a favor nuestro; Dios todo lo hace por misericordia hacia su pueblo. 

Él no espera que le paguemos por su bendiciones recibidas, mas bien desea que mostremos un corazón rebosante de gratitud hacia Él. 

De manera que con nuestra ofrenda de gratitud no intentamos pagarle a Dios por sus bendiciones, sino expresarle nuestro agradecimiento por todas sus bendiciones.

CONCLUSIÓN

La vida de Naamán nos muestra lo frágil y desesperante que es perder la salud. 

Nos hace ver que todos estamos expuestos a la enfermedad y a la muerte, como consecuencia del pecado, y que, por lo tanto, todos necesitamos acudir al médico divino en busca de sanidad, tanto física como espiritual.

En ocasiones, Dios resolverá nuestras necesidades de salud de la manera en que menos pensamos, con soluciones y métodos sencillos, como lo hizo con Naamán. 

Sin embargo, es necesario obedecer con fe las indicaciones divinas, y si nuestra fe falta, nos ayudará a vencer nuestra incredulidad, utilizando a personas para este propósito como lo hizo con los siervos de Naamán.

Es animador que el apóstol Juan en su tercera epístola, versículo 2, nos asegura que Dios desea que seamos prosperados en todas las cosas y que tengamos salud. ¡Que hermoso deseo de Dios para su pueblo!


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