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Cuarto de guerra


Lectura Bíblica: “Clama a mí y yo te responderé y te mostraré cosas grandes y ocultas y que tú no conoces” (Jeremías 33:3).

Dice Charles Spurgeon: “Algunas de las obras más documentadas del mundo llevan el olor del aceite de la medianoche; pero las obras, libros y dichos más espirituales y consoladores escritos por los hombres llevan consigo el aroma húmedo de las mazmorras”.

Para dar razón a sus palabras, se puede hacer referencia a las cartas de Pablo, escritas desde la humedad y soledad de una prisión.
También, es el caso de este pasaje de Jeremias, con la soledad y frialdad de la prisión en que yacía Jeremías, tiene, no obstante, un brillo y belleza en él, que jamás hubiera tenido si no hubiera venido como una oración reconfortante del Señor para el prisionero, encerrado en el patio de la cárcel.

Al examinar el texto de Jeremias 33:3, escuchemos la firme y segura promesa de que si clamamos con fe, la respuesta vendrá. Prestemos oídos a su invitación: “Clama a mí y yo te responderé y te mostraré cosas grandes y poderosas que tú no conoces”. Jeremías 33:3.

En este pasaje, encontramos un mandato, una promesa y una motivación.

1. El mandato de Orar:
“Clama a mi”.
No se nos aconseja y recomienda solamente que oremos, sino que se nos manda u ordena orar. El verbo que se traduce como “clamar” es qārā’, y está en imperativo.
Esto, convierte el “clamar”, en una orden o mandato directo del Señor. Nos conoce tanto, que sabe que necesitamos recibir instrucción apelativa. Esta es una gran condescendencia. Se hace necesaria una orden para que el hombre tenga misericordia de su propia alma.

Esta es una invitación y un mandato; para que todos anhelemos experimentar la misericordia de Dios, al permitirnos dirigirnos a él.
Clamar es un nivel más profundo que el solo hecho de orar de manera superficial. Demanda entrega total, humillación plena y aceptación de la voluntad de Dios para nuestras vidas. Es reconocer la soberanía de Dios y nuestra insignificancia.
Se ha dicho con toda razón que: “Quien se arrodilla delante de Dios; puede estar en pie ante cualquiera”.

Lamentablemente, damos las mejores horas para nuestros asuntos y únicamente momentitos para Cristo.

El mundo recibe lo mejor de nuestro tiempo, mientras nuestra cámara de oración recibe sólo los desechos. Damos nuestra fuerza y frescura a nuestros caminos, y nuestra fatiga y languidez a los caminos del Señor. Por eso es que se hace necesario un mandamiento para participar del acto mismo que debiera constituir nuestra mayor felicidad, del privilegio más alto que podamos tener, esto es, ir al encuentro de nuestro Dios. “Clama a mí”, dice Dios; porque sabe que somos dados a olvidarnos de clamar a Él.
La exhortación que tanto necesitamos hoy, es la que Jonás recibió en medio de la tormenta,
“¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios”.

Satanás nos dice:
“¿Por qué tienes que orar? Hazlo después.
¿Cómo puedes mirar el rostro del Rey después de haberlo traicionado?
¿Cómo te atreves a acercarte a Dios, cuando lo has negado con tus actos?”

Si Dios nos ordena clamarle, indignos como somos, arrastrémonos si es necesario; pero lleguemos hasta el trono de la gracia.

Cuantas veces se nos invita a venir a la cámara secreta de la oración, y tener un encuentro con Dios, con palabras como éstas:
“Invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me honrarás” (Salmos 50:15)
“Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio” (Salmos 62:8)
“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isa 55:6)
“Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá (Lucas 11:9)
“Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41)
“Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17)
"Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Colosenses 4:2).

2. La promesa de una respuesta:
“Y yo te responderé”
No debiéramos soportar ni siquiera por un minuto el horroroso y lamentable pensamiento de que Dios no responderá la oración.
¿Cómo podría negarse a ayudar a aquellas criaturas suyas que humildemente buscan su rostro y su favor de este modo por él mismo establecido?

En una ocasión, el senado ateniense consideró más conveniente reunirse al aire libre. Mientras estaban sentados en sus deliberaciones, un gorrión, perseguido por un halcón, voló en dirección al senado. Perseguido muy de cerca por el ave de presa, buscó refugio en el seno de uno de los senadores. Este, hombre de carácter rudo y vulgar, tomó el ave de su seno, la aplastó contra el suelo y la mató. Al instante todo el senado se puso de pie en medio de un rugido, y sin una sola voz de disentimiento, lo condenó a la muerte, como indigno de sentarse en el senado con ellos o de ser llamado un ateniense, puesto que había negado el socorro a una criatura que había confiado en él.

¿Podemos suponer que el Dios del cielo, cuya naturaleza es amor, va a echar de su seno la pobre paloma que revolotea huyendo del águila de la justicia y se refugia en el seno de su misericordia?

¿Nos dará la invitación de buscar su rostro, y cuando nosotros, como él sabe, con tanta vacilación de temor, reunimos valor para volar a su seno, será entonces tan injusto y carente de gracia como para olvidarse de oír nuestro clamor y respondernos?

No pensemos tal mal del Dios del cielo.
“El que no escatimó ni a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos dará también con él todas las cosas?”  Romanos 8:32

Si el Señor no se niega a escuchar mi voz siendo pecador culpable y enemigo, ¿cómo va a desechar mi clamor ahora que he sido justificado, si después de todo no me escuchará ahora que soy su hijo y su amigo?

Las heridas sangrantes de Cristo son la segura garantía de la oración contestada.

Si piensas que la oración es inútil, estás haciendo una lectura equivocada del Calvario.

Pero, tenemos la promesa de Dios al respecto, y El es Dios, que no puede mentir. “E invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me honrarás” (Salmos 50:15).

Por cierto, no podemos orar a menos que creamos esta doctrina: 
“Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
Pero, recuerda que la oración siempre se ofrece en sujeción a la voluntad de Dios; que cuando decimos “Dios oye la oración”, no queremos decir con ello que él siempre nos da literalmente lo que pedimos.
Sin embargo, queremos decir esto, que él da lo que es mejor para nosotros y que si él no nos da la misericordia que la pedimos en plata, la concede en oro.
Si no nos quita el aguijón en la carne, nos dice “Bástate mi gracia”, y eso finalmente equivale a lo mismo.

3. La motivación o el estimulo de la fe:
“Te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.
Notemos que esto originalmente se le dijo a un profeta en prisión. 
¿Qué hizo Daniel, para conocer el sueño de Nabucodonosor? Se puso a orar.
¿Qué hizo cuándo se prohibió orar en Babilonia? Se puso a orar.
Todos los que somos estudiantes en la escuela de Jesucristo, recordemos que la oración es nuestro mejor medio de estudio.
“Bene orasse est bene studisse” es una sabia sentencia de Lutero, que ha sido citada con tanta frecuencia, que apenas nos hemos atrevido a hacer una alusión a ella. “Haber orado bien es haber estudiado bien”.
Puedes abrirte camino a través de cualquier cosa con la oración.

Cuidemos de trabajar con el poderoso implemento de la oración, y nada podrá oponerse a nosotros. La oración que prevalece es victoriosa por la misericordia de Dios. Esa fue la experiencia de Jacob: 
“Con su poder venció al ángel; Venció al ángel y prevaleció; lloró y le rogó; en Betel le halló, y allí habló con nosotros” (Oseas 12:3, 4).
No era una oración superficial, era una que brota sinceramente de un corazón arrepentido y que se aferra a las promesas de Dios.

La oración que prevalece conduce al creyente hasta el monte Carmelo y le habilita para cubrir los cielos con nubes de bendición, y la tierra con corrientes de misericordia.

La oración prevaleciente lleva al cristiano a lo alto del Pisga y le muestra la herencia que tiene reservada.
Así que, para crecer en experiencia, debe haber mucha oración.

Fue un milagro realmente notable. Cuando en medio de la tormenta Jesucristo vino caminado sobre el mar, los discípulos lo recibieron en la barca, y no sólo se calmó el mar, sino que está escrito: “La barca, llegó en seguida a la tierra a donde iban”.
Porque él “Es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”

Entonces, cuando estemos en gran tribulación digamos solamente: “Ahora estoy en prisión; cual Jeremías, oraré como él lo hizo, porque tengo el mandamiento de Dios de Hacerlo; y esperaré grandes cosas, hasta ahora por mí desconocidas”.

Esperemos grandes cosas de un Dios que nos da promesas tan grandes como éstas.

Conclusión 

Dijo un gran predicador del siglo XIX, Charles Spurgeon:

“La verdadera oración es el trato del corazón con Dios, y el corazón nunca entra en comercio espiritual con los puertos del cielo sino hasta que Dios el Espíritu Santo infla con su viento las velas y el barco es impulsado hasta sus costas”.

Elena G. de White escribió:
“Las tinieblas del malo cercan a aquellos que descuidan la oración… ¿Por qué han de ser los hijos e hijas de Dios tan remisos para orar, cuando la oración es la llave en la mano de la fe para abrir el almacén del cielo, en donde están atesorados los recursos infinitos de la Omnipotencia?
Sin oración incesante y vigilancia diligente, corremos el riesgo de volvernos indiferentes y de desviarnos del sendero recto. Nuestro adversario procura constantemente obstruir el camino al propiciatorio, para que, no obtengamos mediante ardiente súplica y fe, gracia y poder para resistir a la tentación” (El Camino a Cristo, 95).

La oración es una necesidad y un privilegio de todo creyente; para que pueda gozar de poder espiritual, fuerza moral, y disfrutar de una vida victoriosa en Cristo. Entre hoy en su cámara secreta de oración y vea la poderosa mano de Dios obrando en gran manera para que usted pueda vencer en esta lucha.

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